12 de abril de 2013

Donde escasean los argumentos, prevalece el insulto


La defensa que quienes somos partidarios de la cultura libre hacemos de ésta es a menudo poco conocida y quizá más a menudo aún difícil de entender. La razón es que se basa en unos supuestos diametralmente opuestos a los que sostienen la propiedad intelectual, los derechos de autor y en general cualquier fórmula que limita el acceso al conocimiento y sostiene los privilegios y el monopolio de unos pocos en la gestión y disfrute de los productos culturales. Es decir, las fórmulas que llevan décadas predominando.  

Con la aparición y desarrollo de las nuevas tecnologías (tipo móviles, ordenadores, e-books, tablets, etc.) y de Internet, ciertas dinámicas se hacen posibles y otras quedan obsoletas. Algunos debates se abren y otros se reabren. Privilegios y derechos se ponen sobre la mesa. El número de productos culturales o informaciones de difícil acceso tiende a reducirse, al tiempo que aumenta el número total de productos culturales e informaciones existente: más y más accesible. 

Resulta razonable suponer que, ante este nuevo marco, las prácticas de 'productores', 'consumidores' e 'industria' (todos entendidos en un sentido amplio) han de revisarse. Renovarse o morir. También cabe esperar que haya complicaciones, malentendidos, choque de intereses, vacíos legales, problemas de adaptación, etc., como ocurre con cualquier cambio en todos los ámbitos de la vida social. Lo que no parece muy sensato es abandonarse a la opinión de que cualquier cambio es malo de por sí y negarse siquiera a entrar en el debate sobre las nuevas posibilidades; lo más probable es que los cambios se den, con o sin nuestro apoyo, y nosotros nos quedemos en las vías viendo como el tren se aleja. 

Claro que esto es fácil de decir cuando uno tiene mucho que ganar y poco que perder. Pero cuando perteneces al grupo que ostenta los privilegios (ya sea ideológicamente o en un sentido práctico) tendemos a convertirnos en el niño que se aferra a su balón y se niega a dejar que nadie lo toque, aunque el balón vaya a seguir siendo suyo y pronto se lo vayan a devolver. 

Para cambiar de punto de vista (ya sea en el campo de la cultura libre o en cualquier otro) es necesario cuestionarse aquello que damos por hecho. Esto es sin duda un trabajo muy difícil, ya que muchos de estos 'dar por hecho' llevan arraigados en nuestra mentalidad, individual o social, demasiado tiempo. Pero no es razón para no intentarlo. 

A uno se le cae el alma a los pies, no obstante, cuando lee artículos como el que Rafael Sánchez Aristi escribe en el blog de CEDRO. Primero, porque mete en el mismo saco a todo el mundo que ejerce una determinada conducta, asumiendo que todos ellos tienen las mismas motivaciones y objetivos (lo cual es falso hasta que se demuestre lo contrario). Segundo, porque utiliza un tono que refleja (voluntaria o involuntariamente) un enorme desprecio por los sujetos a los que se refiere, reduciendo las posibilidades de un diálogo constructivo entre las partes tan necesario en este tema. Tercero, porque contribuye (desde mi punto de vista) a mantener la falsa identificación de la cultura libre con la cultura gratuita, cuando son en realidad conceptos que pueden llegar a converger pero únicamente como efecto colateral.

Por otra parte, empieza a ser un poco aburrido el argumento de que descargarse una película es como robar un chorizo. Incluyo un vídeo bastante ilustrativo al respecto:


El artículo parece hablar de una corriente mayoritaria ("Lo que sin embargo parece haber echado raíces es la cultura de acceso gratis a los derechos de propiedad intelectual ajenos") cuando, hasta donde yo sé, poca gente (¿nadie?) dedica sus esfuerzos a pedir que la cultura (así, en general) sea gratuita. No somos monstruos que queramos condenar a la indigencia a los creadores. Tan sólo creemos que la cultura, el conocimiento en general, no puede ser un negocio con el que se forren unos pocos creando 'productos' a los que sólo puedan acceder unos pocos. No entendemos por qué tienen que vivir 'los herederos' de lo que creó un antepasado suyo o por qué siquiera un artista puede vivir del resultado de una sola  obra toda su vida. Y lo que es más: es erróneo pensar que poner un artículo, libro, película o cualquier otro texto en Internet lleve a que que nadie lo compre. Al contrario: muchos seguirán comprándolo y además, su difusión hará que esa obra tenga muchos más clientes potenciales.

Valoro enormemente la cultura, la investigación, el arte, la literatura. Compro discos, voy al cine, a museos, tengo una biblioteca con alrededor de 400 libros. También soy escritora y socióloga. Y precisamente por ello aspiro a que todo lo que he podido leer, ver y vivir esté disponible para la mayor cantidad posible de personas. A que todo aquello que escriba llegue a todo aquel que desee leerlo, pues como investigadora social creo que no podría ser de otro modo. Me consta que hay muchos como yo que defienden los nuevos modelos de financiación y distribución del conocimiento y la cultura y creo que entre todos podemos mostrar a Rafael Sánchez Aristi y quienes piensan como él que estos no van en detrimento de la calidad de las obras.